En esta página nos proponemos informar y advertir a los católicos de a pie sobre lo que está por suceder en la Iglesia. A continuación ofrecemos una breve síntesis y en la imagen un vínculo para acceder a la obra en cuestión.
En la tradición de la Iglesia esta modalidad, este encuentro de obispos, es una práctica relativamente nueva.
El
Sínodo de los Obispos es un organismo permanente de la Iglesia Católica,
externo a la Curia Romana, que representa al episcopado. Fue creado por el Papa
Paulo VI, a través del Motu Proprio Apostolica
sollicitudo, el 15 de setiembre de 1965.
Por
mucho que se presente como “moderno” y “actualizado”, el espíritu sinodal se
nutre de viejos errores y herejías. Son hombres que eligen caminar juntos pero no
con Cristo.
Ya a
principios del siglo XV, con el pretexto de adaptar la Iglesia a la nueva
mentalidad nacida con el Humanismo, surgió
la corriente llamada “conciliarista”, que pretendía reducir el poder jerárquico
del Papa en favor de una asamblea conciliar.
Viejos errores, dicho sea de paso, denunciados por el teólogo Joseph Ratzinger: “La idea del sínodo mixto como suprema autoridad permanente para el gobierno de las iglesias nacionales es, a la luz de la Tradición de la Iglesia, así como a la luz de la estructura sacramental y de la finalidad específica de la Iglesia, una quimera. Un sínodo de este tipo carecería de toda legitimidad y deberíamos contundente y claramente negarle la obediencia”.
Este
sínodo sobre la sinodalidad, valga la ampulosa redundancia, es una revolución
subversiva ejecutada por la misma jerarquía de la Iglesia. Es una revolución,
porque implica un cambio violento y radical de la estructura eclesiástica. Es
subversiva, porque busca trastornar el orden moral y espiritual de la Iglesia,
pretende cambiar dogmas a partir de una moderna interpretación de los mismos.
El padre Castellani ya nos había advertido en su libro “Cristo y los fariseos”: “Cuando la política entra dentro de la religión se produce una corrupción extraña. En estas condiciones el poder se vuelve temible, porque puede obligar en conciencia.” La política ha entrado dentro de la religión y esta religión contaminada por espurias prácticas, intenta democratizar el gobierno de la Iglesia a través de un sistema mixto (Obispos y laicos), donde el poder de decisión sobre temas morales, dogmáticos, litúrgicos y otros tantos ya no lo tendrá el Vicario de Cristo sino el pueblo. Si este sínodo dirigido e integrado en su mayoría por los representantes del modernismo logra imponer su voluntad, ya no será Pedro quien ate o desate en la tierra será la voluntad popular.
Es
digno de mención el testimonio de Gavin Ashenden, antiguo obispo anglicano y
capellán de la Reina Isabel, que se convirtió al catolicismo: “Creo que los antiguos anglicanos pueden ser
de alguna ayuda, porque ya han visto la artimaña de la sinodalidad aplicada a
la Iglesia de Inglaterra, con efectos divisorios y destructivos. Como antiguos
anglicanos, ya hemos visto esta trampa. Forma parte de la espiritualidad de los
progresistas. En pocas palabras, envuelven contenidos cuasi marxistas en
lenguaje espiritual y luego hablan del Espíritu Santo”.
Como fieles laicos no podemos permanecer pasivos y dóciles a este intento de destronar, de divorciar a Nuestro Señor Jesucristo de su esposa la Iglesia. En estos tiempos críticos estamos obligados a cumplir con nuestra misión como soldados en la Iglesia militante, para defender la Fe bajo el estandarte de Cristo Rey.
Para el observador diligente, el panorama se tiñe de tonos apocalípticos. Está en marcha una maniobra para demoler la Santa Iglesia Católica, borrando elementos fundamentales de su constitución divina, de su doctrina y de su moral, haciéndola así irreconocible. En la grey decepcionada no todos reaccionan adecuadamente. Algunos ceden a la tentación del sedevacantismo: abandonan la Iglesia para volverse autorreferenciales. Otros sucumben a la tentación de la apostasía: abandonan la Iglesia para abrazar otras confesiones. La mayoría se hunde en la indiferencia: abandonan a la Iglesia a su triste destino… ¡Se equivocan de manera flagrante! Amicus certus in re incerta cernitur. Es precisamente ahora cuando la Santa Iglesia necesita hijos amorosos e intrépidos que la defiendan de sus enemigos, externos e internos. ¡Dios nos pedirá cuentas!
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