"Eli Eli lama sabactani"
Parecería que un sector jerárquico de la Iglesia, de los sacerdotes y de los laicos, extraviaron en su conciencia qué es creer con temor y temblor. Por ventura, ¿Perdieron el temor de Dios, perdieron la reverencia, el respeto, la sumisión y la obediencia a su Creador? Qué parte de las Sagradas Escrituras no entienden.
Acaso, ¿Ignoran o no comprenden el sentido de la Palabra "temblor" en la carta a los Filipenses? El temblor bíblico es el temblor de tierra que representaba una señal de la cólera del cielo que solo era posible aplacar con demostraciones públicas de sincero arrepentimiento.
Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios. Necios inspirados por el maligno están conduciendo a miles de almas a su condenación.
Con toda la maldad que campea por el mundo la Iglesia está inmersa en una discusión tan frívola como herética sobre la bendición de la sodomía y el adulterio. El neoluteranismo nuevamente amenaza la unidad de la fe católica.
Entre 1534 y 1549 el Concilio de Trento decretó en forma clara y exhaustiva la posición del magisterio con respecto a las reformas cismáticas de los Luteranos. El meollo de la cuestión que provocó tan encendidas discusiones fue la justificación. Hoy como en Trento, en el seno de Iglesia, se plantea la misma herejía. Se pretende bendecir el pecado sin la justificación, sin la santificación, vale decir, permanecer en estado pecaminoso sin mediar un sincero arrepentimiento con propósito de enmienda y conversión, sin cambio de vida. Si una persona se niega al cambio de vida permaneciendo en el pecado, no puede ser justificada o santificada, ni ella ni la pareja.
Entonces, qué parte no entiende el cardenal Víctor Manuel Fernández y su séquito de modernistas cuando insisten, declarando y aclarando una cuestión contraria a la ley de Dios. Más les vale contemplar con temor y temblor el sufrimiento de Cristo en la Cruz, antes de que les llegue su hora.
"Eli Eli lama sabactani" estas "bendiciones" son un insulto y una nueva crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo que murió torturado por nuestros pecados; pecados con los que los modernos impíos vuelven a flagelar al Hijo de Dios.
Hoy la Iglesia debería exclamar:
"Dios mío Dios mío por qué me has abandonado"
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