Por Juan Manuel de Prada
Siguiendo al mismo amo
MUCHA
gente se ha ilusionado en Europa -y en Argentina (SIC)- con las nuevas derechas que, frente al
entreguismo de los conservadores fanés y descangallados, se oponen a las
políticas de género o se declaran favorables a la familia. Se trata, en
realidad, de la misma golosina con que los conservadores hoy fanés y
descangallados engatusaban a muchos incautos hace veinte o treinta años; la
misma con que los democristianos encauzaron en su día a otros muchos ingenuos
hacia los rediles que convenían al liberalismo.
En su
encíclica Quadragesimo Anno (1931), Pío XI advertía que «aun cuando la economía
y la disciplina moral, cada cual en su ámbito, tienen principios propios, es
erróneo que el orden económico y el moral estén distanciados y ajenos entre
sí». Cinco años antes, en The Outline of Sanity, ya denunciaba Chesterton el
error trágico que estaban cometiendo muchos católicos, dejándose arrastrar por
intoxicadores que les metían miedo con el comunismo, mientras el capitalismo
imponía «una civilización igualmente centralizada, impersonal y monótona»,
capaz de «crear una atmósfera y formar una mentalidad» rabiosamente
anticomunitarias, antifamiliares y antinatalistas. Posteriormente, en The Well
and the Shallows (1935), Chesterton desarrollaría esta tesis, afirmando que «lo
que ha destruido la familia en el mundo moderno ha sido el capitalismo: ha sido
el capitalismo el que ha arrasado hogares, alentado divorcios y despreciado las
viejas virtudes domésticas; ha sido el capitalismo el que ha provocado una
lucha competitiva entre los sexos; ha sido el capitalismo el que ha destruido
la autoridad de los padres; ha sido el capitalismo el que ha sacado a los
hombres de sus casas en busca de trabajo…», etcétera.
Parafraseando
a Chesterton, podríamos añadir que lo que ha traído las políticas de género y,
en general, todas las ideologías de disolución familiar y comunitaria ha sido
el capitalismo. O, más exactamente, la ideología liberal que, con su exaltación
del individualismo y la autodeterminación, ha dado forma y sustancia al
capitalismo. Esta evidencia denunciada por Chesterton la proclama exultante
Walter Lippmann, uno de los padres del neoliberalismo, en su obra The Good
Society (1937): «Se ha producido una revolución en el modo de producción. Pero
esta revolución tiene lugar en hombres que han heredado un género de vida
enteramente distinto. Así que el reajuste necesario debe extenderse a todo el
orden social por entero. (…) Debido a la naturaleza de las cosas, una economía
dinámica debe alojarse necesariamente en un orden social progresista. (…) Los
verdaderos problemas de las sociedades modernas se plantean sobre todo allí
donde el orden social no es compatible con las necesidades de la división del
trabajo. Una revisión de los problemas actuales no sería más que un catálogo de
tales incompatibilidades. El catálogo empezaría por lo heredado, enumeraría
todas las costumbres, las leyes, las instituciones y las políticas y sólo se
completaría después de haber tratado la noción que tiene el hombre de su
destino en la Tierra y sus ideas acerca de su alma». Otro padre del
neoliberalismo, Louis Rougier, lo establece también taxativamente en Les
Mystiques économiques (1938): «Ser liberal es ser esencialmente ‘progresivo’,
en el sentido de una perpetua adaptación del orden legal a los descubrimientos
científicos, a los progresos de la organización y la técnica económica, a los
cambios de estructura de la sociedad y de la conciencia contemporánea». El
triunfo del capitalismo, de hecho, se funda en esa «perpetua adaptación» de los
hombres al divorcio, al aborto, al desprestigio de las virtudes domésticas, a
la lucha de sexos, a las políticas de género. El triunfo del capitalismo no
sería, en fin, ni siquiera concebible sin el sometimiento de los pueblos a sus
destrozos antropológicos.
Esta
evidencia ha sido siempre ocultada por las derechas, que han atemorizado a sus
adeptos con el fantasma del comunismo, hoy trasmutado en «marxismo cultural»
(que no es otra cosa sino liberalismo consecuente). La derecha que se declara
favorable a la familia, o contraria a las políticas de género, a la vez que
aplaude el orden económico capitalista y la ideología que lo conforma es tan
mentirosa como la izquierda que clama contra el capitalismo, a la vez que se
entrega denodadamente a la destrucción de la familia y de los vínculos
comunitarios. Ambas sirven al mismo amo, a la vez que satisfacen los mecanismos
de la demogresca, que necesita negociados de izquierdas y derechas para
mantener enzarzados a los pueblos (o a las masas amorfas en que los pueblos degeneran,
una vez destruidos los vínculos que los hacían fuertes).
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