EL PAPA DESTITUYÓ A MONS. STRICKLAND
A
continuación, les ofrecemos la valoración de monseñor Athanasius Schneider:
«La única acusación que ahora seguramente asegurará un castigo severo es el de guardar cuidadosamente las tradiciones de los Padres». Estas palabras de San Basilio (Ep. 243) son más apropiadas para ilustrar la deposición del Obispo de Tyler, TX/EE.UU., Su Excelencia Joseph E. Strickland. La deposición del obispo Joseph E. Strickland significa un día negro para la Iglesia católica de nuestros días. Asistimos a una flagrante injusticia hacia un obispo que cumplió con su deber de predicar y defender con parresía la inmutable fe y moral católicas y de promover la sacralidad de la liturgia, especialmente en el inmemorial rito tradicional de la Misa. Todos lo comprenden, e incluso los enemigos declarados de este obispo confesor, que las acusaciones formuladas contra él son, en última instancia, insustanciales y desproporcionadas y fueron utilizadas como una buena oportunidad para silenciar una incómoda voz profética dentro de la Iglesia.
Lo que les sucedió a los obispos durante la crisis arriana en el siglo IV, quienes fueron depuestos y exiliados sólo porque predicaban intrépidamente la fe católica tradicional, está sucediendo nuevamente en nuestros días. Al mismo tiempo, varios obispos que apoyan públicamente la herejía, los abusos litúrgicos, la ideología de género e invitan abiertamente a sus sacerdotes a bendecir a las parejas del mismo sexo, no son en absoluto importunados ni sancionados por la Santa Sede.
El obispo Strickland probablemente pasará a la historia como un “Atanasio de la Iglesia en Estados Unidos”, quien, pero, a diferencia de San Atanasio, no es perseguido por el poder secular, sino increíblemente por el propio Papa. Parece que una especie de “purga” de los obispos, fieles a la inmutable fe católica y a la disciplina apostólica, que se viene realizando desde hace algún tiempo, ha llegado ahora a una fase decisiva.
Que el sacrificio que Nuestro Señor pidió al Obispo Strickland dé abundantes frutos espirituales por el tiempo y la eternidad. Monseñor Strickland y otros obispos fieles, a quienes ya se les pidió su dimisión, que actualmente están marginados o que serán los siguientes en la fila, deberían decir con toda sinceridad al Papa Francisco: “Santo Padre, ¿por qué Usted nos persigue y nos golpea? ¿Intentamos hacer lo que todos los santos Papas nos pidieron que hiciéramos? Con amor fraterno ofrecemos el sacrificio de este tipo de persecución y exilio por la salvación de Su alma y por el buen estado de la Santa Iglesia Romana. ¡De hecho, somos Sus mejores amigos, Santísimo Padre!”
+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Santa María en Astana
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