“Podrán tomar a las
serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño.” (Mc. 16; 18).
Estos signos y señales
dichos por Jesús, que Marcos enumera entre otros, deben ser leídos e
interpretados a la luz del simbolismo bíblico.
Los demonios son todas
las fuerzas de muerte que se encuentran en el hombre y que le llevan a tomar
decisiones opuestas al Evangelio: el orgullo, la concupiscencia, el ansia de
dinero, el odio, los impulsos egoístas. Estos demonios no son vencidos
recurriendo a ritos de exorcismo, sino por el poder de la palabra de Cristo y
del Espíritu que nos ha dado. Es la proclamación del evangelio la que los
aleja; es la Eucaristía y los demás sacramentos que comunican la fuerza divina
que permite resistir a sus ataques, según lo expresa el padre Gustavo Ballario.
Asimismo, en
la parábola del sembrador, Jesús nos previene del comportamiento que adoptamos
al escuchar su Palabra, y nos dice que, en ciertas ocasiones, la Palabra es arrebatada
por el demonio; en otras es abandonada por las tentaciones y también puede ser
ahogada por las seducciones del mundo. La vida moderna ofrece múltiples
atracciones que eclipsan el mensaje evangélico. Entre esas atracciones se enrolan
todas las ideologías que socaban los cimientos del orden natural.
El poder del
dinero, la política y la propaganda crean en la actualidad ese ambiente
propicio de seducción y falsa felicidad que conduce a la desintegración del ser
humano. El liberalismo, el comunismo y el progresismo con todas sus perversas
variantes son las serpientes que no podremos tomar en nuestras manos so pena de
fallecer si no estamos impregnados de una profunda formación evangélica. Por
esta razón repetiremos hasta el cansancio la sentencia del padre Castellani:
“Si quieres salvar a la patria salva tu alma, ni
antes ni después sino al mismo tiempo”.
Dones como
la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza y el temor de Dios, junto
con el evangelio, son las armas que debemos esgrimir para ser inmunes a los
venenos de la modernidad. Pues, en definitiva:
“La ciencia más acabada
es que el
hombre en gracia acabe,
pues al fin de la jornada,
aquél que
se salva, sabe,
y el que
no, no sabe nada.
En esta
vida emprestada,
do bien
obrar es la llave,
aquel que
se salva sabe;
el otro no
sabe nada.”